martes, 19 de mayo de 2015

De sajones y rumanos (II) Medias y Biertan.


Llegar hasta los pueblos sajones en transporte público no es cómodo. Hay que aventurarse en uno de esos trenes rumanos de segunda clase que se mueven a velocidad lenta hasta lo inimaginable, saliendo de Sibiu, la preciosa ciudad medieval de las tres plazas.

Un bucólico rincón de Biertan

La vía atraviesa parte del paisaje desolado del desarrollismo industrial de la época soviética. Unos planes de industrialización que se concebían a medida de la producción, no de las personas y menos aún del medio ambiente. Esto produjo engendros como la deteriorada Copsa Mica, donde las malformaciones en sus habitantes son norma. Pasar por la zona, con sus tierras ennegrecidas y fábricas abandonadas pone los pelos de punta.

                     
Copsa Mica, espantoso paisaje industrial

No menos dantesco, el WC del tren

El trayecto concluye en una parada de buses en Medias, en otro tiempo residencia de una gran comunidad judía. Medias es el primer enclave de los pueblos sajones y tiene un casco histórico empedrado en cuyo límite está la sinagoga, la tercera más grande del país en su momento, ahora en restauración.
Toda la ciudad está dominada por la llamada Torre del Trompetista, anexa a la iglesia fortificada y que, por cierto, lleva años inclinándose, aunque sin peligro, de momento.

Torre del Trompetista, Medias

Desde la destartalada estación de buses tomas un furgón que, unos cuantos baches y cuestecillas después, te deja en el pueblo sajón más emblemático: Biertan.

Tras el lío del transporte el del alojamiento no es menor, puesto que solo hay dos hospedajes en Biertan y suelen estar llenos. En el resto de los pueblos la única opción son las casas particulares.
Pero nuestra llegada estuvo bendecida por el surrealismo que acompaña al viajero que no entiende un idioma. Nos explicaron algo sobre unos alemanes, pero no esperábamos encontrarnos a una cuadrilla de señores con sombrerito tirolés celebrando una especie de fiesta regional con salchichas y cerveza. Tampoco entendimos muy bien lo del alojamiento.
Eso sí, la fiesta no eclipsaba ni de lejos la espectacular iglesia fortificada de Biertan que domina todo el pueblo, motivo por el que esta localidad y otras con edificaciones similares, fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad.
En la fiesta, ya un poco achispado, se encontraba el señor Ioan, que solo habla rumano y un poco de alemán, pero con el que conseguimos hacernos entender y que nos ofreció habitación en una casa tradicional con su bodega, su baño de tiempos pretéritos en el huerto (abstenerse aprensivos) y habitaciones de sobra. Tener 8 hijos da para mucha cama. La maldición rumana: todos han emigrado fuera del pueblo, la mayor parte al extranjero.

Ioan, nuestro hospedador en Biertan

Un pequeño detalle... había una pistola en la mesa de la cocina. Mejor no preguntar. Por lo menos Ioan la guardó y nos ofreció el palinka de bienvenida junto a su encantadora y sajona esposa, Hermine.
Este sería solo uno de los episodios surrealistas que nos iban a suceder en un sainete digno de una peli de Kusturica.



Ioan y Hermine, vaya gente encantadora

Respecto a Biertan es sin duda el pueblo mejor conservado y, pese a sus escasos 3000 habitantes, ha hecho una buena labor por mantenerse impoluto. Su iglesia fortificada es un impresionante bastión de doble muralla con muros de hasta 12ms de altura.


Iglesia fortificada de Biertan

Detalle de uno de los escudos de armas de la zona

El caserío tradicional del pueblo tiene algo de cuento, sobre todo en las mañanas brumosas, con viviendas de madera rodeando pozos de agua y está rodeado de bosque que se va recuperando tras la atroz industrialización del país.

En dirección sur una bodega visitable donde se producen vinos que a los mediterráneos se nos antojan sosos y faltos de grado. Por el mismo camino se llega al diminuto pueblo de Richis, un agradable paseo a orillas de un arroyo que termina en la iglesia fortificada de turno. Tras la paliza a dormir en el cuarto plagado de santos y vírgenes de todas formas y colores.



Siguiente capítulo: Copsa Mare, una experiencia surrealista.

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