sábado, 5 de diciembre de 2015

Cicloturismo balcánico: Hasta Sarajevo 72Kms, una ciudad de post-guerra.

Puede que haya a quien le sorprenda leer el término post-guerra en un lugar donde terminó hace 20 años. Si uno pasea por el precioso centro histórico de Sarajevo, o por las renovadísimas avenidas con sus centros comerciales, rascacielos o las flamantes mezquitas pagadas con dinero saudí.
Pero las huellas de la anterior guerra, y hasta de las guerras mundiales, se pueden seguir claramente en Sarajevo.
Llegué a la ciudad pedaleando todo el día entre una molesta luvia que variaba de intensidad e iba acompañada de viento. Por supuesto terminé calado hasta los huesos, pero por el camino encontré una cuadrilla de leñadores que me invitaron a café y que me preguntaron si iba en busca de sexo a Sarajevo, dicho de una forma menos fina.
A lo largo del camino me chocaban las figuras de las mezquitas en un paisaje que bien podría encontrarse en Galicia. Todo ello, de todas formas, representando un Islam poco estricto, en que normas como el hijab eran de lo más relajado, según fui observando en mi estancia en Bosnia.


Llegar a Sarajevo por el camino del aeropuerto te hace dar un salto atrás al cerco de la ciudad.
Durante casi tres años sitiada, las comunicaciones con el exterior de la población dependían de un túnel que comunicaba con el aeropuerto, única vía segura para esquivar los disparos de los francotiradores. El túnel se ha convertido en museo y ahora mismo se puede visitar una parte del mismo, básicamente reconstruida, pues era una estructura un tanto endeble.








Tras la visita al túnel tuve que afrontar una larguísima avenida, el Bulevar Selimovica que te transporta hasta el interesante centro histórico de la que en otro tiempo llamaron la Jerusalén de Europa, ciudad multicultural que ahora no lo es tanto, en un país donde la segregación es evidente.
A lo largo de la avenida se combinaban edificios en un estado casi ruinoso con flamantes centros comerciales y las clásicas moles que uno puede encontrar en todos los países del Este. Cajas de hormigón iguales unas a otras y vetustos edificios oficiales.



Pero todo cambia al llegar al restaurado centro histórico de la ciudad, aunque sea enfrentándote al tráfico atascado y caótico, montado en mi bici con alforjas y viendo como los coches adelantaban a los tranvías usando la zona de los raíles como un carril más.
El centro de Sarajevo es una zona que rezuma historia por los cuatro costados. Donde se aproxima uno al Puente Latino en el que el nacionalista Gavrilo Princip disparó al Archiduque de Austria, provocando la Iª Guerra Mundial.



Un final de avenida en el que giré hacia el hostel por la recién restaurada biblioteca Vijecnica que fue arrasada por las tropas serbobosnias del infausto general Mladic.



Inevitable pensar que el esquema nacionalista que provocó la Iª Guerra Mundial resulta válido un siglo después para entender la realidad de los países de la antigua Yugoslavia.
A lo largo del camino me di perfecta cuenta que, excepción hecha de unas pocas localidades, la segregación entre comunidades es total. Precisamente una de las excepciones es Sarajevo, donde se respira una cierta tolerancia y multiculturalidad. De hecho penetrar en el casco histórico da idea de hasta qué punto existió convivencia entre las diferentes comunidades hace poco más de un siglo.



Sinagogas, mezquitas, iglesias tanto ortodoxas como católicas. Unas calles empedradas por las que resulta casi imposible meter un vehículo a motor y que confluyen en la fuente pública de Sebilj, centro neurálgico del bazar del siglo XV.



La acumulación de monumentos en un solo barrio es impresionante, aunque mejor que contarlo es verlo en persona, más aún cuando no se es un experto en arte otomano, como es mi caso.
Personalmente creo que conviene no perderse la herencia judía, comunidad que resultó exterminada a manos de los ustasha croatas mano a mano con los nazis alemanes.



Y fuera de la zona de Bascarsija el museo donde se repasa el sitio de la ciudad es imprescindible, aunque se queda un tanto pobre de fondos. El edificio en sí mismo es una buena muestra de la dureza del bloqueo, pero las huellas de la guerra se ven por todas partes. Otras no se ven, pero ahí siguen.
Nadie ha olvidado en Sarajevo, ni en Mostar, ni en tantos otros lugares.



Hay monumentos que recuerdan una realidad atroz, como el dedicado a los niños muertos en la ciudad durante la guerra, o los improvisados cementerios en parques o cruces de calles.
Todo es demasiado reciente, aunque no es menos cierto que la gente habla de ello sin tapujos. Más que nada porque fueron en este caso fueron más víctimas que verdugos.


Si Sarajevo podrá realmente pasar página, en una paz cogida con alfileres y donde los conflictos territoriales y étnicos siguen latentes, la historia lo dirá. De momento es una ciudad totalmente recomendable en la que respirar historia contemporánea en cada rincón.



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