viernes, 21 de abril de 2017

De Fisterra a Muxía. Un extra del Camino de Santiago, bebé incluida

En el sentido estricto del Camino de Santiago la ruta costera que discurre de Fisterra a Muxía no parece tener mucho que ver con la ruta original.
Aunque la leyenda sitúa la llegada del cuerpo de Santiago para ser enterrado hasta el final de la tierra, Finisterrae, en gallego Fisterra, la ruta costera no deja de ser un interesante trekking de paisajes que van del sempiterno pino gallego a una costa atlántica de mar embravecido.
Para empezar, si no se llega a pie a Fisterra, prolongación natural de la Ruta Jacobea, conviene tomar el autobús correcto. De Santiago a Fisterra hay 80km pero el trayecto puede llegar a desesperar pues toma tres horas hacerlo. Mejor tomarlo como una excursión con vistas.



En Fisterra encontramos cama y, casi acto seguido, nos cayó una tromba de agua como no habíamos conocido en todo el Camino de Santiago. Nos consolamos con un poco de gastronomía local y albariño.
Fisterra es una localidad por encima de todo pesquera, lo que justifica una parada gastronómica.
Tiene su lonja, su paseo que termina en un pequeño bastión reconvertido en museo de la pesca y unas cuantas callejuelas estrechas que aún conservan alguna casa tradicional, aunque la mayor parte del pueblo se reformó en los 60-70.
Aunque sin duda el plato fuerte de Fisterra es animarse a llegar hasta lo que, en otro tiempo, fue el fin del mundo. En un cabo apartado, junto a un faro y con unas estupendas vistas sobre el Océano se encuentra el km 0. Allí, a falta de mejor ofrenda, dejé un pimiento de Padrón que llevaba en el bolsillo y un saludo de nuestra pequeña familia que se disponía a volver a caminar.



Este punto es patrimonio europeo y en su entorno hay muestras de cultos tanto ancestrales como cristianos. Eso sí, tampoco hay tanto que ver, sobre todo pudiendo acercarse a alguna de las impresionantes playas cercanas, como la de Mar de Fora.
Y ya que estamos allí, se puede empezar a caminar, aunque en nuestro caso un amable paisano nos acercó en coche hasta el comienzo de la andada a Muxía.



A estas alturas del Camino se plantea hacer la ruta, de unos 30km, en un día. El terreno pedregoso y la subida al llamado Facho de Lourido, 9km de subida constante, aconseja tomarlo con calma y dedicar dos días a la caminata.


Así hicimos con nuestra bebé, que había cumplido tres meses en el camino, pernoctando en Lires, casi en la mitad exacta del recorrido y único punto intermedio donde sellar la credencial.
El camino empieza entre urbanizaciones pero enseguida se interna en pequeñas aldeas y el paisaje se vuelve muy gallego.
Cambian los hórreos, que en esta zona son completamente de piedra y la afluencia turística baja en picado. Si en todo el Camino lo normal es ir viendo un peregrino tras otro ahora puede pasar largo rato sin encontrar un sólo caminante.


Si lo que te planteas es hacerlo en bicicleta (alguno encontramos) hay que aclarar que necesitarás rueda con buenos tacos y mejor forma física. El recorrido relativamente cómodo de casi toda Galicia se convierte aquí en, mayormente, abruptas pistas forestales que se encharcan con mucha facilidad.
Atención al agua, hay largos tramos de camino sin una fuente. Tampoco hay apenas ningún bar, tienda o albergue, así que hay que ser previsor.
Las localidades con las que se cruza el recorrido no tienen grandes atractivos, son mayormente pequeñas aldeas con iglesias humildes (y cerradas) entre las que destaca Morquintián y Lires, donde se hallan casi todos los alojamientos del camino.
Por contra los espacios naturales y las vistas sobre el Atlántico, que se escucha en buena parte de la caminata, son muy recomendables y transmiten una sensación de paz y soledad muy reconfortante.
En cuanto a alojarse, volviendo a las poblaciones, Lires tiene varias posibilidades, aunque la que personalmente recomendamos es Casa Luz, un caserón de más de 200 años reconvertido con mucho gusto y por un precio razonable. También está el único restaurante en largo trecho, con unas raciones casi interminables, así que mejor aprovechar.
En todo el camino mucho ganado y mucha explotación maderera. Pinos y más pinos y de vez en cuando los dichosos eucaliptos.
De las playas poco probamos. Lo cierto es que hay oferta como para perderse y disfrutar de costa para ti solito. El inconveniente: agua fría, mareas fuertes y olas traicioneras en algunos casos. Muchas zonas son impracticables para el baño.
Aún así la industria del ladrillo ha alcanzado a la zona y eso incluye alguna urbanización horrenda y un complejo hotelero a la entrada de Muxía.
Una vez en Muxía es inevitable conversar sobre la catástrofe del Prestige en 2003. A día de hoy aún aparecen pequeñas manchas de chapapote del petrolero hundido frente a la Costa da Morte.



Pero Muxía es mucho más. Es ante todo villa pesquera y de ello vive su población. Pero también está avanzando el turismo con una activa concejalía que se inventó la muxiana, documento que, en honor a la Virgen de Barca, perdona los pecados.
La leyenda de la Virgen de la Barca dice que se le apareció flotando en una barca de piedra nada menos, a Santiago que pasaba por allí (pero cuanto se movió este hombre) para infundirle ánimos.
Y terminar la peregrinación en el santuario de la Virgen, frente a un espectacular rompeolas, es una buena idea. Será milagro (quizá de la Virgen) encontrar buen tiempo, nosotros no lo tuvimos.



Una vez allí toca cumplir con un ritual que parece más pagano que otra cosa, pasando nueve veces por debajo de la piedra os Cadrís, que cura los males de espalda y luego subirse a la piedra de abalar, que tiene propiedades adivinatorias. Mi pareja e hija se limitaron a mirar.



Yo lo hice, no adiviné nada y me dolieron los riñones de pasar por el angosto espacio bajo el pedrusco. También eché mi deseo al mar pero llegar allí ya era un deseo cumplido.
Ya en el pueblo bien está probar las xoubas (sardinillas) y otra especialidad de la zona: el congrio seco.
Sellamos la credencial y obtuvimos la muxiana. Nuestra hija, Goya, fue la peregrina más joven que la conseguía hasta el momento, a sus tiernos tres meses de edad.



Sin ganas de volver tuvimos que hacerlo. Galicia engancha, el Camino de Santiago también y siempre se vuelve de una u otra manera. Son tantas las rutas por las que discurre.
Frente al Atlántico de una u otra manera te reafirmas en la promesa de volver y así lo haremos.

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